Reforma energética:
un desfile de falacias
Carlos Alfredo Dávila Aguilar.
La más importante de las reformas pretendidas por el actual gobierno federal se aproxima y, como es natural, la preceden las cada vez más frecuentes declaraciones de “expertos” en los medios masivos mexicanos que afirman que la reforma energética (en los términos que la plantea el discurso gubernamental) es “urgente”, “necesaria”, “modernizadora”, etc. El terreno de la opinión pública comienza a prepararse, más bien, los preparativos comienzan a intensificarse en esta recta final, pues en realidad la opinión pública mexicana viene trabajándose a favor de la privatización de PEMEX desde hace ya varios años (recuérdese, por ejemplo, el cuento del “tesoro en aguas profundas” cuando Calderón pretendía una reforma similar en 2008).
Enumerar las muchas falacias que se incorporan en el discurso de legitimación de esta reforma sería una labor enciclopédica, por lo que a continuación se pretende abordar las más frecuentes para exponer sus inconsistencias y complementar el análisis en torno a la reforma con algunos datos por demás relevantes.
Primero, llama la atención que el discurso mediático hace un énfasis absurdo en cuanto a que “Pemex no se privatiza”, sino que “únicamente se permitirá la participación de capital privado” para “modernizar” a la paraestatal. En medio de este manejo discursivo flagrantemente contradictorio, y podría decirse que intencio- nalmente confuso, pongamos las cosas claras: la participación de capital privado (en el porcentaje que sea) implica una privatización parcial y la pérdida de un porcentaje de los ingresos petroleros potenciales para el Estado mexicano.
Segunda falacia, que el esquema de inversión de capital privado es “moderno”, y que las posturas contrarias a este esquema responden a un nacionalismo “anacrónico” o “anticuado”. Debe señalarse que el caso es justamente el contrario; la mayoría de los países actualmente está buscando volver al control nacional de sus recursos naturales desprivatizándolos (por obvias razones estratégicas). No se trata de nacionalismo, sino de la prudencia elemental que revela al dueño de la gallina de los huevos de oro, que es mejor vender los huevos que la gallina.
Con motivo de lo anterior, cabe recordar las desastrosas privatizaciones que ya hemos visto en el país: la privatización de Telmex durante el sexenio de Salinas jamás produjo los beneficios prometidos para la población mexicana, los precios de la telefonía en México son ahora de los más caros de mundo (no sorprende que Carlos Slim se haya vuelto el hombre más rico del planeta). Otro ejemplo es la privatización de la banca que, de forma similar, ha propiciado que las comisiones que la banca comercial cobra a los mexicanos por sus servicios sean de las más caras en el mundo (los bancos españoles Santander y BBVA obtienen sus mayores ingresos de México) y la desaparición de la banca nacional. Un último ejemplo: la privatización de Ferrocarriles Nacionales de México en 1997, tampoco produjo ningún beneficio sustancial, salvo para Kansas City Southern, que se adueñó de la gran parte de los ferrocarriles del país, y para Ernesto Zedillo, quien ahora vive como millonario y accionista de P&G (Procter & Gamble) en Estados Unidos.
A pesar de todo lo anterior, en México sigue habiendo quienes defienden la dogmática creencia neoliberal (ochentera) de que el esquema de libre comercio y competencia es la única alternativa que garantiza la eficiencia, ¡y encima creen que ésta es la postura “moderna”!
Relacionado a lo anterior, los defensores de la reforma privatizadora suelen citar el caso de Brasil y PETROBRAS (la paraestatal brasileña), como un ejemplo de “éxito” y “modernidad” en cuanto a la participación de capital privado, que México y PEMEX deberían seguir. A este respecto hay que decir que aunque los números de la empresa brasileña parecen buenos, las ganancias no están sirviendo para satisfacer las necesidades de la sociedad brasileña (¿es necesario recordar al lector las recientes protestas masivas vistas en Brasil?). Incluso, el director de la Asociación de Ingenieros de PETROBRAS, Fernando Siqueira, ha repetido en más de una ocasión que no recomienda a México seguir los pasos de capitalización privada de PETROBRAS, pero claro, esto ni siquiera se menciona en los medios masivos mexicanos. Por cierto, tampoco se habla de las ineficiencias y daños ambientales subsecuentes de compañías petroleras privadas, como el caso del derrame provocado por BP (British Petroleum) en el golfo de México y cuyos daños aún no han sido pagados.
Una falacia más: que en México no hay dinero suficiente para las inversiones que PEMEX necesita en cuanto a tecnología e infraestructura para operar eficientemente. Bueno, ésta es en verdad fácil de desmentir cuando se ve, por ejemplo, la vida millonaria que llevan personas como el dirigente del Sindicato de Trabajadores Petroleros, Carlos Romero Deschamps (senador plurinominal del PRI) y familia, o cuando se ve que México tiene las mayores reservas en su historia (160 mil millones de dólares). Ni siquiera sería necesario mermar estas enormes reservas, si se modificara el régimen de fiscalización de PEMEX para permitirle retener un porcentaje mayor de sus ingresos y destinarlo a reinversión (actualmente PEMEX es obligada a entregar más del 80% de sus ingresos a Hacienda, lo que constituye aproximadamente el 40% de los ingresos del país).
El último dato refleja la enorme magnitud de las ganancias de PEMEX (razón por la cual las empresas transnacionales petroleras llevan años presionando a los gobiernos mexicanos para lograr esta reforma): para PEMEX producir un barril de petróleo cuesta 8 dólares y se vende en 100.
Todo lo anterior sin mencionar cuestiones importantes como los enormes riesgos de privatizar (en el porcentaje que sea) sin contar con una banca nacional (no necesariamente estatal), o la importantísima cuestión del valioso gas ‘Shale’ (gas de esquisto, México tiene la tercera reserva mundial de este gas después de China y Argentina) de cuya importancia advierten el maestro Alfredo Jalife y otros, y de las que tampoco se escucha hablar a los “expertos” en los medios masivos del país.
Para concluir, vale la pena preguntarse, ¿Cómo espera el actual gobierno federal manejar un país mientras se privatiza su mayor fuente de ingresos? La respuesta es evidente: la próxima reforma en puerta, la reforma fiscal que buscará aumentar el IVA al 19% y generalizarlo a alimentos y medicinas, será la forma de cobrarle a los mexicanos el enorme botín que Peña, Beltrones, Gamboa, y compañía, están ansiosos por compartir con las grandes empresas transnacionales.
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